Se han reunido en la plaza de Colón de Madrid infinidad de cuerdos, liderados por el solemne Rouco, para reinvindicar a la familia cristiana. Este evento coincide con el día de los Santos Inocentes, ese día en el que los guasones se dedican a gastar bromas muy graciosas y divertidas a sus congéneres como la caca de pega o las bombas fétidas. Pero es sólo una coincidencia porque la reunión de los juiciosos no fue una broma. No.
También coincide mi presencia en la gallarda ciudad pero no pude asistir. Decidí ir a eliminar toxinas a un baño árabe del centro. Al volver al hotel, profundamente relajada, encendí el televisor y me encontré de sopetón con el cuerdo Kiko Argüello. El comentarista de Popular TV (fue la cadena que salió al encender el trasto, juro que no la busqué) le presentó como cantautor aunque todo el mundo sabe que es el iniciador del Camino Neocatecumenal y pintor, reconocido por la conferencia episcopal, de unas pinturas murales de la monumental Catedral de La Almudena, elegido por el Monseñor Rouco en representación del pueblo de Dios. Y también parece que canta. Mientras le escuchaba, entendí a qué se referían algunos miembros del rebaño cuando dicen que escucharle hace que se les ponga los pelos de punta. Como escarpias, diría yo. Los gallos que soltaba por su boca, lejos de hacer referencia a la simbología cristiana, eran tan reales como una pedrada en la cabeza. Los cuerdos, en pleno éxtasis, levantaban su manos al cielo y rogaban por la indulgencia del todopoderoso. Familias enteras, cristianas por supuesto, lloraban en comunión por la injusta persecución que sufren y por los crímenes de estado cometidos contra los óvulos fecundados. Rouco se rasgaba las vestiduras, arrobado por su santidad, mientras se estremecía por los innumerables sacrificados por culpa del derecho al aborto. Una pancarta detrás suyo nos recordaba una frase del fenecido Juanpa segundo. "El futuro de la humanidad pasa por la familia cristiana". La cordura colectiva abducía los cristianos cuerpos de los presentes. En esto que, sin querer, di a otro botón del mando del televisor y se cambió el canal. Vaya, genial, apareció un capítulo de L World. ¡Qué locura! Me tumbo en la cama y me dispongo a seguir las peripecias de sus protagonistas.
También coincide mi presencia en la gallarda ciudad pero no pude asistir. Decidí ir a eliminar toxinas a un baño árabe del centro. Al volver al hotel, profundamente relajada, encendí el televisor y me encontré de sopetón con el cuerdo Kiko Argüello. El comentarista de Popular TV (fue la cadena que salió al encender el trasto, juro que no la busqué) le presentó como cantautor aunque todo el mundo sabe que es el iniciador del Camino Neocatecumenal y pintor, reconocido por la conferencia episcopal, de unas pinturas murales de la monumental Catedral de La Almudena, elegido por el Monseñor Rouco en representación del pueblo de Dios. Y también parece que canta. Mientras le escuchaba, entendí a qué se referían algunos miembros del rebaño cuando dicen que escucharle hace que se les ponga los pelos de punta. Como escarpias, diría yo. Los gallos que soltaba por su boca, lejos de hacer referencia a la simbología cristiana, eran tan reales como una pedrada en la cabeza. Los cuerdos, en pleno éxtasis, levantaban su manos al cielo y rogaban por la indulgencia del todopoderoso. Familias enteras, cristianas por supuesto, lloraban en comunión por la injusta persecución que sufren y por los crímenes de estado cometidos contra los óvulos fecundados. Rouco se rasgaba las vestiduras, arrobado por su santidad, mientras se estremecía por los innumerables sacrificados por culpa del derecho al aborto. Una pancarta detrás suyo nos recordaba una frase del fenecido Juanpa segundo. "El futuro de la humanidad pasa por la familia cristiana". La cordura colectiva abducía los cristianos cuerpos de los presentes. En esto que, sin querer, di a otro botón del mando del televisor y se cambió el canal. Vaya, genial, apareció un capítulo de L World. ¡Qué locura! Me tumbo en la cama y me dispongo a seguir las peripecias de sus protagonistas.
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