viernes, 5 de marzo de 2010

Noticias del submundo: erase una vez un país

Erase una vez un país que vivió durante muchos años bajo las garras de un dictador. La mayoría estaba convencida de que su país era bueno, aunque no se pudieran decir ciertas cosas que uno pensaba por miedo a que les encerraran o mataran. Cuando alguno de sus vecinos era detenido por la policía no había duda de que se lo tenía merecido. Que se hubiera callado, decían algunos. Algo habrá hecho, decían otros. El dictador repetía constantemente que eran un imperio y el país elegido por dios en la tierra. La gente escuchaba arrobada, seducida por sus palabras, y soñaba con que las viejas glorias que antaño vivieron, se repitieran. No tenían duda de que aquel pequeño dictador era el capitán de la reconquista de aquello que fueron un día. El faro del mundo. Algunos decían que mentía pero no se atrevían a decirlo muy alto o guardaban silencio para evitar que se enfadaran con ellos. En ese silencio, llegaron a pensar que eran multitud pero sólo eran unos pocos. Se les llenaba la cabeza de planes para derrocar al sátrapa pero no pasaban de dibujarlos en unos papeles, que luego destruían inmediatamente por miedo a que les sorprendieran. El dictador mantenía en alerta al pueblo contra estos rebeldes, exagerando su capacidad para hacer daño y así aparentar su gran poder al eliminar estas amenazas. El pueblo estaba seguro. El señor les protegía. Un imperio, solo uno tan grande como el universo, tan libre como el viento. Un día el sátrapa se murió de viejo, vencedor en múltiples batallas contra enemigos imaginarios, no pudo vencer a la muerte. La gente se sintió atemorizada pues se había quedado sin guía. ¿Quién les iba a defender de las hordas enemigas? Pero había Uno, que había estado al lado del sátrapa en sus últimos días. Ungido por una corona, aquel le había nombrado su sucesor. Tú serás mi sustituto en el reino del imperio, seguirás con mi legado y lo llamarás democracia, dicen que le dijo. Rodéate de gente leal y gánate a aquellos que dicen son tus enemigos. Y así hizo. Comenzó a hablar al pueblo de democracia. Les dijo que ahora podían decir lo que quisieran, cantar, bailar y amarse libremente. Los rebeldes empezaron a gritar a los cuatro vientos las cosas que pensaban. No digáis esas cosas, les decían, no vaya a levantarse el espíritu del sátrapa y acabar con todos vosotros. Y callaron. El Uno empezó a aglutinar a todos los importantes a su alrededor y les dijo que este país había nacido para ser democrático, que eran una gran nación. Todos empezaron a repetir lo mismo y el pueblo, que dudaba si seguía siendo un gran imperio, empezó a comprender que nada había cambiado y que era tan poderoso como lo fue con el viejo dictador. ¡Viva la democracia! gritaban las gentes del pueblo, alborotadas en las calles. Felices de ser quienes eran, comieron perdices y colorín colorado este cuento no se ha acabado.

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